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EL IDEAL DEL AMOR ROMÁNTICO: FACTOR CLAVE DE LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

15/2/2018

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El amor romántico ha sido uno de los nutrientes de la educación, sobre todo de las niñas, las adolescentes y las mujeres en general. ​En diferentes programas de televisión, películas, novelas, series, revistas, etc. que consumen las jóvenes de todo el mundo, siempre está presente la misma estructura:
1º) Conquista
2º) Amor deslumbrante
3º) Apasionada entrega interrumpida por grandes obstáculos, malentendidos, impedimentos gravísimos
4º) Y después de grandes sacrificios, triunfa el amor y llega la felicidad absoluta y perfecta.

​El amor como proyecto prioritario y esencial sigue siendo fundamental para muchas mujeres, sin el cual sienten que su existencia carece de sentido, siendo este un aspecto que deja en un segundo plano, a todos los demás de su vida (Sanpedro, 2004).
Muchas mujeres buscan la justificación de su existencia dando al amor un papel vertebrador de la misma, concediéndole más tiempo, más espacio imaginario y real, mientras que los hombres conceden más tiempo y espacio a ser reconocidos y considerados por la sociedad y sus iguales (Altable, 1998).
 
El modelo cultural del amor propone la autorrenuncia a la existencia personal y el sacrificio de la autonomía individual, en aras de convertir al otro en el centro de la propia vida. Esto es una manera de suicidio o desaparición de sujeto personal, cuyo lugar pasa a ser ocupado por un extraño “en nombre del amor”. Este modelo, se funde y se confunde con el modelo de amor materno filial, que impregna al género femenino y termina haciendo de las mujeres madres vitalicias al servicio de cuanto ser humano despierte sus buenos sentimientos. En consecuencia, muchas mujeres se vinculan amorosamente con sus parejas como con los niños: los cuidan en exceso, están pendientes de sus necesidades, y privilegian sus deseos. Lo cual es una manera de decir que se convierten en madres de sus amantes (Coria, 2001).
 
El ideal de amor romántico se da en la mayoría de vínculos amorosos conflictivos. Cuando la individualidad de la persona, con sus rasgos, sus proyectos y sus ideas, deja de ser el eje natural de su vida para que otra persona ocupe totalmente ese lugar, se produce un desequilibrio y un vaciamiento interior, la anulación de la personalidad y la gestación de una enorme dependencia (Ferreira, 1995).
Hoy en día, los roles tradicionales hombre-masculino y mujer-femenina, no son tan rígidos y es posible que muchos hombres se sientan identificados con las descripciones anteriores. Así mismo, también es muy posible que muchas mujeres adopten un rol con mayor autonomía e independencia en su vida y no se sientan identificadas con lo explicado. En cualquier caso, tanto hombres como mujeres que tengan el Ideal del Amor Romántico incorporado y normalizado, tienen muchas posibilidades de desarrollar dependencia emocional.
El amor romántico, es entendido como amor-fusión por el que la individualidad queda subsumida bajo un nosotros omnicomprensivo, omnipotente y totalizante (Casado y García, 2006). Frases, socialmente aceptadas, que describen esta concepción de amor romántico:
 
“todo por amor”                                                    “el amor lo puede todo”
“sin amor, nada tiene sentido”                      “donde hay amor, sobran las palabras”
“soy, en la medida en que soy amada”     “somos uno”
“por amor, se sacrifica, se cede…”              “sin ti no soy nada”
 
Sólo en la medida en que soy amada/o, “soy”; es ontológico: “soy por el otro” (aunque sea convertida/o en una alfombra) porque no sería nada fuera de ese reconocimiento del otro, aunque sea a través del menosprecio. Con lo cual se convierte el AMOR, en una condición sinequanon del SER. El castigo social por no conseguir el ideal, es visto como un fracaso del ser y no como una oportunidad del ser.
Esto se enreda con la complementariedad mítica que se atribuye a los amantes como mitades que se complementan por medio de la pareja (la media naranja), en consonancia, además, con la complementariedad que se imputa a lo masculino y lo femenino.
Por tanto, para que una persona llegue a sumergirse en relaciones de pareja donde existe malestar emocional y ante las cuales se siente imposibilitada para ponerles fin, debido a la gran dependencia que se sustenta en las mismas, se dan las siguientes condiciones:
- Estereotipo femenino (tolerancia, pasividad, sumisión) complementario del masculino (actividad, independencia, dominio)
-  Ideal del amor romántico
 
La dependencia emocional: Se define como un patrón persistente de necesidades emocionales insatisfechas que se intentan cubrir desadaptativamente con otras personas. Necesitan excesivamente la aprobación de los demás, sus relaciones suelen ser exclusivas y “parasitarias”. Su deseo de tener pareja es tan grande, que se ilusionan y fantasean enormemente al comienzo de una relación o cuando aparece una persona interesante. Generalmente adoptan posiciones subordinadas en las relaciones, que se pueden calificas de “asimétricas”, dicha subordinación es un medio, no un fin. Sus relaciones no llenan el vacío emocional que padecen, pero sí lo atenúan. La ruptura de la relación, les supone un auténtico trauma, pero sus deseos de tener una relación son tan grandes, que una vez han comenzado a recuperarse buscan otra con el mismo ímpetu. Presentan cierto déficit de habilidades sociales. Poseen una autoestima muy pobre y un autoconcepto negativo no ajustado a la realidad. (Castelló, 2005).
Las personas dependientes emocionales tienen una autoestima deficiente, un sentimiento continuo de soledad y una insaciable necesidad de afecto que les conduce a emparejarse con personas explotadoras, que les maltratan y no les corresponden.
 
La dependencia emocional se sitúa en el extremo de un continuo basado en un rasgo adaptativo, que es la vinculación interpersonal. Así, tener cierta dependencia emocional es frecuente e incluso deseable, igual que sucede con el narcisismo, la suspicacia o la introversión.
 

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El Sistema Sexo-Género. Masculinidad vs. Feminidad

9/3/2015

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  Desde que nacemos, e incluso antes, la diferencia anatómica de nuestros órganos sexuales es percibida e interpretada socio-culturalmente de modo que se atribuye una significación diferencial a esa diferencia sexual entre hombres y mujeres, que determina nuestra subjetividad psíquica, corporal y social de manera también diferenciada. Pero el carácter de este conjunto de significaciones diferenciadas no es imparcial, es decir, esta diferencia interiorizada no es neutra, sino que establece una asimetría de poder entre los sexos que resulta así naturalizada.

En la mayoría de sociedades es aceptada la concepción de “sexo” referida a las características biológicas (cromosómicas, gonadales, hormonales y anatómicas) y en relación a la sexualidad y procreación, englobando procesos de sexuación prenatales y el posterior desarrollo psicosocial de mujeres y hombres. Así se distinguen dos sexos; varón y mujer que constituyen dos categorías mutuamente excluyentes.

 
Los cuerpos sexuados son sexualizados, en base a esa diferencia sexual inicial, por la acción constante del sistema social y cultural que no es otro que el sistema patriarcal que impone unas significaciones determinadas a través de un proceso de naturalización, normativización y somatización que da como resultado el género.

  Para lograr entender el complejo entramado de relaciones imbricadas en la organización, internalización y perpetuación del orden patriarcal, va a ser central la articulación de los conceptos de género y sistema sexo-género.

  El género
se define (Gayle Rubin,1975)  como como “una división de los sexos socialmente impuesta. Es un producto de las relaciones sociales de sexualidad”. Esto supone que cada uno/a de nosotros/as nos vemos empujados/as socialmente a identificarnos con un género en contraposición con el otro, favoreciendo una ampliación de las diferencias y una supresión de las semejanzas entre los sexos, y reprimiendo los rasgos “femeninos” en los varones y los “masculinos” en las mujeres. Esta división dicotómica (masculino/femenino), basada en el dimorfismo sexual (hombre/mujer), se refleja en dos aspectos concretos: división sexual del trabajo y heterosexualidad obligatoria, y ambas se apoyan en la idea de la supuesta “complementariedad natural” de los sexos.

  El sistema de sexo-género se utiliza  para referirse al conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en la cual se satisfacen las necesidades humanas así transformadas.

 
El género es tanto un rol como una identidad, la feminidad/masculinidad es un principio organizador de la subjetividad. Por consiguiente, el género como construcción sociocultural sobre la base biológica, es definido como un “deber ser” subjetivo y social, que atendiendo al sistema de valores y creencias que cada cultura construye en torno al binarismo sexual, establece los comportamientos, sentimientos, pensamientos y acciones de las personas, y establece los espacios sociales y personales que puede ocupar cada cual, dando lugar a la representación de los sexos mediante dos pares opuestos y complementarios. Por todo ello, cuando hablamos de género estamos hablando de un sistema de relación entre los sexos, la cultura marca a los sexos con el género y el género marca la percepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano, con características multicomponenciales”, y esto constituye el sistema de sexo-género.


  Nuestra percepción e identificación con un sexo determinado, conforma nuestra identidad sexual, que lleva implícito una serie de normas sociales referentes a cómo debemos comportarnos, pensar o sentir en base al sexo; la interiorización de estas normas sería la identidad de género. En nuestras sociedades occidentales, el género impone que los hombres sean fuertes, independientes y competitivos, mientras que las mujeres deben ser pasivas, dependientes y sumisas, que fundamentalmente tengan como deseo y objetivo la maternidad, y que, por supuesto, ambos sean heterosexuales; son los roles de género, que definen socialmente la masculinidad y la feminidad, y que vinculados a la división sexual del trabajo, favorecen la asimetría de las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

  Masculinidad y feminidad son dos caras de la misma moneda, definidos por oposición en el sistema patriarcal. Por tanto, se suponen dos sexos; hombre y mujer, y tradicionalmente, también, dos géneros correspondientes a cada uno de los sexos; masculino y femenino, que se traduce en dos únicas opciones mutuamente excluyentes. Esta concepción limita las manifestaciones de aquellas identidades no acordes con esta clasificación, generando en muchas ocasiones malestar corporal, psíquico e interpersonal en aquellas personas que difieren de la norma sociocultural impuesta y discriminación social hacia ellas.

Esta categorización dicotómica masculinidad/feminidad da lugar a la división sexual del trabajo, de manera que un hecho biológico diferencial acaba siendo el origen y explicación de las diferencias psicológicas y sociales, produciéndose así una reducción al orden biológico que justifica la necesidad de un cierto orden social. La conformación de la identidad de género en base a ese ordenamiento psicosocial dicta unos roles de género que modelan la conducta y unos estereotipos de género que delimitan posiciones de identidad. Esta conformación conlleva una coherencia de género que individualmente no siempre es reconocida, lo que genera angustia y conflicto en la identidad sexual y de género de los individuos.

  A pesar de que en la actualidad se da la posibilidad de una mayor flexibilidad y heterogeneidad en los mismos, siguen en el imaginario cultural de los sujetos como modelos normativos, validados y aceptados socialmente.


  Es importante que hombres y mujeres seamos conscientes de que hacer un mundo más humano, más justo e igualitario es responsabilidad de ambos sexos. Todos perdemos en un mundo que limita nuestras potencialidades, por tanto, la incorporación de las mujeres a espacios considerados tradicionalmente “masculinos”, tiene que ir acompañada, de manera paralela, con el ingreso de los hombres a espacios considerados “femeninos”. Lo que entendemos por masculino o femenino, en realidad son características humanas que tanto hombres como mujeres podemos desempeñar, pero para ello debemos romper los moldes de género que nos constriñen. Se trata de derrumbar las definiciones, artificiales, en cuanto socialmente definidas, de "masculino" y "femenino".
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    Beatriz Moreno Calle

    PSICÓLOGA SANITARIA 
    Máster en Psicología Clínica.
    Máster en Género y Políticas de Igualdad.
    Agente de Inserción Laboral y Orientación Profesional

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